viernes, 25 de abril de 2014

DOMINGO II DE PASCUA (A)
reflexión
S. Martínez Rubio

Palabra de Dios:
(Jn 20,19-31.)

El evangelio, en este segundo domingo de Pascua, nos relata la experiencia Pascual de los discípulos, en dos partes:

A. PRIMERA PARTE, LOS DISCÍPULOS SIN TOMÁS

Dice el Evangelio que los discípulos estaban “con las puertas cerradas”: aislados, recluidos,  y …”con miedo”, acobardados, sin aliento. Pero entró Jesús y se puso en medio . La Pascua es presencia del Señor resucitado que se muestra a sus discípulos y  les dijo: “Paz a vosotros”. La paz es el regalo del Resucitado. “Les enseñó las manos y el costado”. No es una quimera, ni un fantasma, es el Señor, el mismo del Calvario. La pascua es presencia gloriosa del crucificado. En contra de todo espiritualismo, no hay pascua sin “memoria de Jesús asesinado”, sin memoria de los asesinados…
 Y…“se llenaron de alegría” que es el sentimiento fundamental de la fe pascual. Es la experiencia de la resurrección.

Y, a esa Iglesia que ha tenido experiencia de su Resurrección, le manda el Señor continuar su misión: "Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo". La pascua se vuelve misión. Ahí nace la Iglesia, cuya identidad más profunda es ser misionera, Evangelizadora.

Pero para ser Iglesia evangelizadora, misionera por los caminos del mundo El Resucitado les comunica el Espíritu, Señor y dador de vida. "Sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo". El mismo Dios había soplado en el principio sobre el ser humano, haciéndole viviente (Gen 2, 7). Ahora sopla Jesús, como Señor pascual, para culminar la creación que en otro tiempo había comenzado.

 El Espíritu del Resucitado es el soplo que despierta de tranquilidades, el Impulso misionero, el Viento recio que empuja del Cenáculo a la calle, la Llama que calienta la comunión, la Luz ilumina la misión, la Fuerza que nos capacita para afrontar la misión que pasará por la cruz, compañera imprescindible de camino. El Espíritu es el Alma  de la Iglesia «nos dio su Espíritu, que es el único y el mismo en la cabeza y en los miembros. Éste de tal manera da vida, unidad y movimiento a todo el cuerpo, que los santos Padres pudieron comparar su función a la que realiza el alma, principio de vida, en el cuerpo humano» (Lumen Gentium, 7).

A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados. El perdón fruto de la obra redentora de Jesús. Ésta la tarea de la iglesia: llevar el perdón al mundo, La iglesia entera, desde el don pascual de Cristo, es signo y principio de perdón sobre la tierra.

B. SEGUNDA PARTE: DISCÍPULOS CON TOMAS.

Bastaban las señales anteriores: la paz de Cristo, el recuerdo de su entrega (manos y costado), el perdón en el Espíritu, para reconocer al Resucitado. Pero faltaba Tomás, uno de los Doce. Los otros discípulos le dicen que han visto al Señor pero él duda: pide un signo y Jesús se lo concede:

La experiencia pascual no es pura melodía interior, algo intimista…   el Jesús resucitado no es un “fantasma”, sino el mismo Jesús que ha sido crucificado. Si esto se olvida, se olvida la pascua. Sin la entrega certificada en las llagas de Jesús no hay Pascua. ¡Ciertamente, Jesús resucitado no tiene ya las llagas externas que tenía cuando le crucificaron! Pero sigue siendo el mismo crucificado. Por eso es necesario “tocarle” allí donde él sufre en los que sufren. La fe pascual viene a expresarse de esa forma como experiencia mística (pero realísima) del sufrimiento y muerte del Mesías, que sigue muriendo en los crucificados y del mundo.

Mete tu dedo aquí, mete tu mano... El mismo viejo cuerpo del amor concreto y de la entrega, el cuerpo al que han matado (con heridas de lanza y clavos), se convierte así en un signo de resurrección, signo que sigue en la realidad de los hombres. Frente a los riesgos de un falso espiritualismo que quiere olvidarse de la carne, frente a todos los intentos de entender la pascua como puro cambio de conciencia el Evangelio de Juan ha querido poner de relieve la corporalidad mística del Cristo de la pascua, que nos lleva a seguir encontrando a Jesús en las llagas de todos los hombres.

La muerte de Jesús no ha sido un puro accidente del pasado, no es algo que se olvida. El Señor resucitado sigue siendo aquel que lleva en sus manos y costado las heridas de su entrega, los signos de su amor crucificado en favor de los hombres. El Señor resucitado sigue siendo aquel que sufre en todos los que sufren en el mundo.

El Señor visible hoy en sus signos. Necesitamos el encuentro con Señor vivo. Pero, esa presencia hoy sólo es perceptible a través de sus signos. Una presencia que no se impone, ni demuestra, sino que se propone y se muestra en sus signos: El testimonio apostólico recibido en la Comunidad, la alegría, la paz, las heridas del Crucificado, el perdón de los pecados, la misión entusiasmada de los creyentes y,  sobre todo, el Espíritu Santo, sin el cual “nadie puede decir Jesús es el Señor” (1 Cor 12, 3).


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