miércoles, 30 de abril de 2014

LA CORRIENTE DE AIRE FRESCO

 ¡que digo! 
¡UN VENDAVAL!

        Nos refugiábamos en la tranquilidad del grupo, porque afuera el aire azotaba la esperanza. Las celebraciones muy solemnes, eso sí, pero en las glorias de la celebración de los ritos, se nos iban las memorias de lo que celebrábamos. Cada uno se aferraba a su trozo de pan, a su opinión, a sus dineros, a su prestigio, a su cuota de incienso... Dábamos limosnas, pero nadie luchaba por empujar un mundo donde nadie tuviera que pedirlas.

         ¿El compromiso?…, cosa de ilusos… ¡un engorro! Cuando alguien preguntaba: ¿a dónde vamos? Siempre lo mismo: no había nada que decir, nada que hacer, nada que esperar. Y sonaba lo de: ¡la evidencia de los hechos! Estábamos encallados en un cálido vacío y sin cartas de navegación. Eso sí, teníamos muchos encuentros, nos queríamos mucho, pero…, como que echábamos en falta otros amores.

          Hasta que un día entró una corriente de aire fresco. Vino un pobre al grupo –no se quién lo trajo- y  contó su vida,  la de su familia, la de sus colegas, por qué se había quedado sin trabajo… Habló de prostitutas que la gente apedrea, de Lazaros tirados en los portales de los dueños del cotarro;  dijo que mucha gente andaba como ovejas sin pastor. Que había gentes con hambre de pan y de cariño, con sed de dignidad y de ayuda, desnudos de vestidos y de prestigio, personas en la cárcel de la droga, la injusticia, el desamparo. Se refirió a estructuras que machacaban, a personas que tenían todo para el viaje de la vida, pero que no sabían donde ir. Gente que alargaba la mano para ser rescatados de la cuneta de la vida…. Y no sé que dijo de pateras...  Fue una brisa fresca, ya te digo. 

         Al cura creo que también le afectó aquella brisa. En la Eucaristía nos habló de Memorial, de la Existencia entregada, de la Vida derramada de Jesús. En el Evangelio leyó lo de: “Como el Padre me envió, así os envío yo”. Sonaba distinto, oye.


          Y así empezó todo. Perdimos el miedo. Salimos a la vida. Tiramos del carro de la esperanza. La oración y las  Eucaristías lo mismo, pero distintas. Se animaron las reuniones, y se complicaron, claro. Cada uno contaba su compromiso en calle, en la fábrica, en el sindicato, en la familia, en la vida. Discerníamos juntos  cómo narrar nuestras convicciones, pero sobre todo, cómo actuar en consecuencia, entregando la vida, derramando la existencia. Aquello ya era un viento fuerte, un vendaval. Todavía no me explico el cambio… Yo creo que es el Espíritu Santo.
                                                         S. MARTINEZ RUBIO

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