¡que digo!
¡UN VENDAVAL!
Nos refugiábamos en la tranquilidad del
grupo, porque afuera el aire azotaba la esperanza. Las celebraciones muy
solemnes, eso sí, pero en las glorias de la celebración de los ritos, se nos
iban las memorias de lo que celebrábamos. Cada uno se aferraba a su trozo de
pan, a su opinión, a sus dineros, a su prestigio, a su cuota de incienso...
Dábamos limosnas, pero nadie luchaba por empujar un mundo donde nadie tuviera
que pedirlas.
¿El compromiso?…, cosa de
ilusos… ¡un engorro! Cuando alguien preguntaba: ¿a dónde vamos? Siempre lo
mismo: no había nada que decir, nada que hacer, nada que esperar. Y sonaba lo
de: ¡la evidencia de los hechos! Estábamos encallados en un cálido vacío y sin
cartas de navegación. Eso sí, teníamos muchos encuentros, nos queríamos mucho,
pero…, como que echábamos en falta otros amores.
Hasta que un día entró una corriente de aire fresco. Vino un pobre al grupo –no
se quién lo trajo- y contó su vida, la de su familia, la de sus
colegas, por qué se había quedado sin trabajo… Habló de prostitutas que la
gente apedrea, de Lazaros tirados en los portales de los dueños del
cotarro; dijo que mucha gente andaba como ovejas sin pastor. Que había
gentes con hambre de pan y de cariño, con sed de dignidad y de ayuda, desnudos
de vestidos y de prestigio, personas en la cárcel de la droga, la injusticia,
el desamparo. Se refirió a estructuras que machacaban, a personas que tenían
todo para el viaje de la vida, pero que no sabían donde ir. Gente que alargaba
la mano para ser rescatados de la cuneta de la vida…. Y no sé que dijo de
pateras... Fue una brisa fresca, ya te digo.
Al cura creo que también le afectó aquella brisa. En la Eucaristía nos habló de
Memorial, de la Existencia
entregada, de la Vida
derramada de Jesús. En el Evangelio leyó lo de: “Como el Padre me envió, así os
envío yo”. Sonaba distinto, oye.
Y así empezó todo. Perdimos el miedo. Salimos a la vida. Tiramos del carro de
la esperanza. La oración y las Eucaristías lo mismo, pero distintas. Se
animaron las reuniones, y se complicaron, claro. Cada uno contaba su compromiso
en calle, en la fábrica, en el sindicato, en la familia, en la vida.
Discerníamos juntos cómo narrar nuestras convicciones, pero sobre todo,
cómo actuar en consecuencia, entregando la vida, derramando la existencia.
Aquello ya era un viento fuerte, un vendaval. Todavía no me explico el cambio…
Yo creo que es el Espíritu Santo.
S. MARTINEZ RUBIO
No hay comentarios:
Publicar un comentario